Hace algunos años asistí a la reunión dominical de una iglesia que cantaba principalmente himnos tradicionales. Las voces guiaban las canciones, y había pocos interludios instrumentales entre los versos, si es que había alguno.
Pero al final de la reunión estaba exhausto. No solo porque los himnos estaban en tonalidades más altas de las que estaba acostumbrado, sino porque mi voz nunca tuvo descanso. Sabía que mi experiencia se debía en parte a las diferencias inherentes entre cantar himnos y canciones contemporáneas. Pero también, debido a que no había interludios musicales, tuve menos tiempo para reflexionar sobre las verdades que estábamos cantando. Me di cuenta de que los interludios instrumentales (o “enlaces”, como dirían mis amigos del Reino Unido) en el canto congregacional pueden ser refrescantes y proporcionar una oportunidad para pensar más profundamente en las letras.
Pero como sugiere el título de este artículo, un buen interludio no siempre merece otro. Solía pensar que este era un tema menor, pero debido a la influencia de la música popular en la forma en que canta la iglesia, se ha vuelto más significativo.
Demasiadas veces he visto que las secciones instrumentales de las canciones de adoración tienen un efecto adverso. Las congregaciones no saben cómo responder cuando el canto se detiene y los músicos siguen tocando. Personas que estaban cantando con todo su corazón al Señor en un momento, de repente están paradas sin saber qué hacer. Se transforman de participantes en espectadores. Algunos adoptan una “pose de adoración” y esperan la próxima señal. Las emociones disminuyen. Las mentes se distraen.
Pero esto no es una crítica contra los interludios instrumentales. Es un llamado a usarlos de manera más intencional y pastoral. Aquí hay algunas cosas que he encontrado útiles recordar.
1. Los interludios que uso no tienen que coincidir con los del álbum.
Los álbumes generalmente se graban para ser escuchados, lo que significa que los interludios instrumentales pueden ser creativos. Pueden ser tan largos o cortos como queramos, dependiendo de la canción, su lugar en el álbum o cómo encaja en el sonido general. Pero el intro de 24 compases que una banda toca en la grabación puede no ser tan significativo para las personas a las que lidero los domingos. Es cada vez más común complementar tu banda con pistas disponibles en sitios como Secuencias.com o Loop Community. Si haces eso, la estructura generalmente está determinada de antemano. Pero en muchos casos puedes editar las pistas para adaptarlas mejor a tu entorno.
2. Los interludios que uso no tienen que coincidir con los que toqué antes en la canción.
Solo porque comencemos una canción con un intro de 16 compases no significa que necesitemos tocar ese mismo intro durante el resto de la canción. Nuestro propósito principal al tocar en las reuniones dominicales es apoyar el canto congregacional lleno de fe y compromiso. Las personas no vienen a escucharnos improvisar. O al menos no deberían. Y no incluimos interludios instrumentales simplemente para mostrar nuestras habilidades creativas. Queremos pensar pastoralmente, es decir, preguntarnos si lo que estamos tocando realmente está sirviendo a las personas. Variar la duración de los interludios también puede arrojar nueva luz sobre canciones que hemos tocado de la misma manera diez veces seguidas.
3. Los interludios que uso no tienen que ser los que ensayé.
Durante los ensayos, a menudo les digo a los músicos que tal vez no toquemos las canciones exactamente como las ensayamos. Por supuesto, no hay nada de malo en hacerlo. Pero cuando estoy liderando, a veces pienso que lo que practicamos no es la mejor opción en ese momento. Puede ser que las personas necesiten un poco más de tiempo para reflexionar antes del siguiente verso. O la evidente fe en el canto de las personas hace aconsejable reducir el interludio a la mitad. O parece que deberíamos bajar el volumen para el último coro en lugar de aumentarlo como habíamos planeado. Como me ha dicho durante años mi pastor principal, CJ Mahaney: “El Espíritu Santo nos ayuda a planificar, pero nuestros planes no son el Espíritu Santo”. Y si creo que podría hacer algo diferente de lo planeado, debería practicar ser espontáneo durante el ensayo, para asegurarme de que la banda pueda escucharme y seguir mi dirección.
4. No tengo que tocar el interludio al final de la canción.
No es raro que las bandas toquen 8, 16 o incluso 24 compases al final de una canción. Pero, ¿por qué no terminar con las personas cantando? Eso genera una respuesta en sus corazones que es diferente a ver a la banda tocar el outro obligatorio y deja la verdad resonando en sus oídos en lugar de los platillos finales. Terminar “Solo en Jesús” con un leve ritardando mientras las personas cantan a todo pulmón “¡En su poder me sostendrá!” puede grabar la verdad bíblica que acabamos de cantar en los corazones de las personas más que la actuación de la banda.
5. Los interludios pueden ser más que música.
En ocasiones hemos usado interludios o puentes más largos para proyectar una Escritura relevante que las personas puedan leer en silencio como un tipo de selah o momento de reflexión. Planificar esos tiempos con anticipación garantizará que las personas tengan tiempo suficiente para leer todo el pasaje. También hemos intercalado la lectura de Escrituras entre los versos de las canciones (por ejemplo, porciones del Salmo 103 combinan bien con “10,000 Razones”). Ya sea proyectada o leída en voz alta, queremos encontrar formas que permitan que la palabra de Cristo habite abundantemente en las personas mientras cantamos (Col. 3:16). Si te interesa, publiqué algunas ideas sobre qué decir cuando no estás cantando.
Es seguro seguir haciendo las cosas como siempre las hemos hecho, tocando los interludios de la misma manera, el mismo número de veces o no tocarlos en absoluto. Pero podemos hacerlo mejor.
Usados sabiamente, intencionalmente y con una dirección clara, los interludios instrumentales pueden contribuir a un canto congregacional apasionado, teológicamente informado y lleno de fe.
¿Y no es eso lo que buscamos?
*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com