Hace unas semanas, un amigo y yo hojeábamos una revista cristiana y notamos con qué frecuencia se hacía referencia a la “presencia de Dios.” Es un tema candente en estos días.
En su bondad y misericordia, Dios a menudo nos revela su presencia activa. Por “presencia activa” me refiero a la presencia de Dios, distinta de su omnipresencia y su presencia prometida, ambas aceptadas por fe. Ya sea que lo “sintamos” o no, Dios está presente cuando su Palabra es fielmente predicada, cuando su pueblo se reúne en el nombre de Jesús, cuando celebramos la Cena del Señor, cuando cantamos y cuando servimos en su poder (1 Tim. 6:13; 1 Cor. 5:4; Mt. 18:20; 1 Cor. 11:27-32; Hech. 10:33; Ef. 5:18-19; 1 Ped. 4:10-11). En esos momentos y otros, podemos saber que Dios está con nosotros, empoderando lo que hacemos.
Pero hay momentos en los que Dios hace que su presencia sea conocida de manera más clara, más tangible. Como en 1 Corintios 14:25, cuando los secretos del corazón de un hombre son revelados por palabras proféticas y declara: “En verdad, Dios está entre ustedes” (1 Cor. 14:25). Lo experimentamos cuando nuestros corazones se llenan de paz, o somos repentinamente conscientes de la grandeza y majestad de Dios, o cuando alguien es sanado. También puede suceder cuando la Palabra predicada de Dios penetra en nuestro corazón y nos encontramos llorando bajo la convicción del Espíritu Santo o maravillados por la misericordia de Dios en Cristo. Pensamos: “Dios está realmente aquí.”
Aunque la presencia activa o manifiesta de Dios es un tesoro y algo que debemos buscar (Sal. 27:4; Sal. 105:4), hay perspectivas poco útiles sobre la presencia de Dios que debemos evitar.
1. No podemos fabricar la presencia activa de Dios.
Por buenas que sean nuestras intenciones, nadie puede “traer consistentemente la presencia manifiesta de Dios” a un grupo de personas de manera significativa. Ni un músico, ni un pastor, ni un cantante, ni un predicador, ni un líder: nadie. Esa es la obra del Espíritu Santo, y Él actúa en sus propios términos, no en los nuestros (Jn. 3:8; 1 Cor. 12:11).
Por supuesto, el Espíritu utiliza medios. Cuando la Palabra de Dios es predicada de manera atractiva, fiel y exaltando a Cristo, a menudo las personas experimentan una mayor conciencia de la presencia de Dios. Cuando cantamos verdades bíblicas juntos, Dios a menudo manifiesta su presencia entre nosotros de manera tangible. Es raro el cristiano que en algún momento no haya experimentado la cercanía de Dios en una reunión dominical.
La riqueza de esas experiencias puede tentar a los líderes a pensar que nuestro objetivo final es ayudar a las personas a experimentar la presencia de Dios. Bueno, sí y no. Si “ayudar a las personas” significa hacer todo lo posible para exaltar la gloria de Jesús en sus mentes, corazones y voluntades mediante palabras y acciones informadas bíblicamente, entonces sí. Pero si mi objetivo es que las personas “sientan algo,” y si la medida de mi éxito es el grado de fervor emocional en la sala, tenderé a usar cualquier medio para producir esa respuesta emocional. Puedo empezar a creer que mi canción, mi liderazgo, mi voz, mi lista de canciones o mi interpretación traerán la presencia de Dios. Y es posible que comience a interpretar cada experiencia, sin importar su origen, como resultado de un encuentro con Dios.
En una ocasión, John Piper habló en nuestra conferencia WorshipGod. Antes de su mensaje, le dije que aunque la conferencia iba muy bien, sería aún mejor porque él iba a hablar. A su estilo único, Piper desafió mi percepción de que algún hombre, incluso John Piper, pudiera garantizar que “Dios iba a aparecer.” Para ser claros, Dios “apareció” y fuimos grandemente alentados. Pero el punto de John es cierto: ningún hombre puede garantizar la presencia activa de Dios. Y no deberíamos intentar fabricarla.
2. No podemos mercadear la presencia activa de Dios.
Mercadear la presencia de Dios implica promocionar mi ministerio, canción, libro o concierto basándome en cuán consistentemente las personas experimentan la presencia de Dios como resultado.
Recientemente, recibí una promoción de un artista cristiano que decía que su objetivo ministerial era “llevar a las personas a la presencia de Jesucristo donde son transformadas para siempre por su increíble amor.” En realidad, no puedo llevar a las personas a la presencia de Cristo. Pero puedo proclamar el evangelio que nos asegura que hemos sido acercados al Padre mediante la obra expiatoria y consumada de Cristo (Heb. 10:19-22). Dejo al Espíritu Santo la tarea de aplicar eso en los corazones de las personas.
He recibido invitaciones a asistir a conferencias, descargar canciones, asistir a conciertos, comprar libros y escuchar predicadores que aseguran que me llevarán a la presencia de Dios, por un precio. Pero no podemos comprar la presencia de Dios. Simón el Mago lo entendió cuando vio a los discípulos imponiendo manos sobre las personas con resultados dramáticos. Les ofreció dinero en efectivo, diciendo: “Denme también a mí este poder.” Pedro lo reprendió.
El poder de Dios, al igual que su presencia, no se puede comprar ni vender. Dios no nos llama a ser facilitadores de su gloria sino a ser fieles al evangelio. Nuestra tarea no es crear un “ambiente de emoción,” sino un ambiente de respuesta al verdadero Dios a través del evangelio en el poder del Espíritu.
Si quiero que las personas inviertan en algo relacionado con mi ministerio, quiero ser claro: es para cubrir costos de producción, salarios, recursos y un compromiso con la fidelidad a la Palabra de Dios, no porque los llevará a la presencia de Dios.
En la segunda parte de este blog, quiero tomar un tono más positivo y compartir algunas reflexiones sobre los peligros de minimizar la presencia de Dios.
*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com