Gracia para el cambio

Escrito por: Bob Kauflin

Director de Gracia Soberana Música

Oh Señor, cada uno de mis sentidos, miembros, facultades, afectos, es una trampa para mí. Apenas puedo abrir los ojos sin envidiar a los que están por encima de mí, o despreciar a los que están por debajo.

Así comienza la oración titulada Autohumillación del libro El Valle de la Visión. En una cultura donde tener baja autoestima parece el peor de los pecados, resulta refrescante encontrar una confesión tan honesta, tan poderosa, tan familiar. ¿Puedes identificarte con la situación triste del autor? Él reconoce que nuestras tentaciones no surgen tanto de lo que nos rodea, sino de lo que llevamos dentro. Un compañero de trabajo recibe un reconocimiento y me pregunto por qué nadie notó mi aporte. Me aplaudo en silencio por comprar un regalo ligeramente caro para el intercambio familiar. Cuando me piden una opinión, estoy listo con una crítica, demostrando una vez más que soy una persona inteligente y perspicaz. Paso el día con una tristeza vaga al darme cuenta de que no me invitaron a la fiesta de un amigo. Lucho con la envidia al ver que el hijo de otro padre es más desarrollado, artístico u obediente que el mío. Las únicas tentaciones que necesito son las que vienen con la vida cotidiana.

Más adelante, el autor lamenta: ¿He recibido dones? ¡Cuánto anhelo los aplausos! ¿Soy ignorante? ¡Cuánto desprecio lo que no tengo! ¿Estoy en autoridad? ¡Qué propenso soy a abusar de mi cargo, hacer de mi voluntad una ley, excluir los placeres de otros, servir mis propios intereses y conveniencias! ¿Soy inferior? ¡Cuánto me cuesta aceptar el protagonismo de los demás! ¿Soy rico? ¡Cuán engrandecido me siento! Tú sabes que todas estas cosas son trampas provocadas por mis corrupciones, y que mi mayor trampa soy yo mismo.

Justo la semana pasada, un buen amigo me habló del consejo que un conocido en común había recibido. Sin conocer los detalles de la situación, expresé mi desacuerdo con ese consejo y comencé a hacer una lista mental de todas las razones por las que yo sabía más. Afortunadamente, el Espíritu Santo interrumpió mi pensamiento y me recordó que solo Jesús debe ser llamado con justicia el “Admirable Consejero”. En lugar de caminar humildemente con mi Dios, estaba exaltando mi opinión por encima del consejo de quienes sí conocían los hechos. Como resultado de la obra del Espíritu en mi corazón, más tarde pude confesar mi arrogancia tanto a mi amigo como a la persona cuyo consejo había cuestionado.

¡Qué bondadoso es nuestro Padre celestial al proveer un Evangelio que no solo garantiza nuestro perdón, sino también nuestro cambio! Dios promete no solo justificarnos, sino también santificarnos y glorificarnos. (Hebreos 10:14; Romanos 8:30) En la cruz se expusieron mis pecados, se soportó el castigo, se hizo el pago completo, se obtuvo el perdón y se aseguró la victoria. ¡Qué esperanza se nos ha dado en medio de nuestro pecado. Por eso, puedo reconocer lo profundo de mi pecado, confiando en que el poder de Dios para hacerme como su Hijo finalmente superará el poder del pecado para engañarme. El autor concluye con este pensamiento esperanzador: “Mantenme siempre consciente de mi estado natural, pero no permitas que olvide mi título celestial, ni la gracia que puede tratar con todo pecado”. Que así sea para cada uno de nosotros, hoy y cada día.

*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com