El cántico de María

Escrito por: Bob Kauflin

Director de Gracia Soberana Música

Y María dijo: «Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque Él ha mirado la humilde condición de esta Su sierva». (Lucas 1:46-48a, NBLA)

Fui criado como católico romano, y desde hace tiempo he lidiado con una exaltación no bíblica del papel de María en el plan de salvación de Dios. Ella no fue concebida inmaculadamente, no fue perpetuamente sin pecado, y definitivamente no es una co-mediadora con Jesús. Pero recientemente fui recordado de nuevo del ejemplo de María al someterse humildemente al plan de Dios para su vida. ¡Y qué plan fue ese!

Dios envía a un ángel para decirle a una joven desconocida, quizás de apenas 13 años, que va a dar a luz al Salvador del mundo. ¿Cómo responderías tú a un anuncio así? (Si eres hombre, piensa en José…) Tres lecciones se destacan para mí en el versículo mencionado arriba. Es la primera línea de la oración de María, comúnmente conocida como el “Magnificat”.

«Mi alma engrandece al Señor.»
Engrandecer significa hacer que algo parezca más grande de lo que nuestros ojos pueden ver. Usamos un telescopio o binoculares para agrandar objetos que están lejos. Engrandecer no hace que esos objetos sean más grandes, pero sí nos ayuda a verlos como realmente son. María podría haber engrandecido muchas otras cosas cuando Gabriel le dio la noticia. “¿Quién va a creerle a una chica de trece años que dice estar embarazada por Dios? ¿Qué dirán los vecinos? ¿Cómo le explicaré esto a José? ¿Me va a dejar cuando se entere? ¿Qué significará esto para mi futuro?”

María podría haber engrandecido estos temores y miles más. Pero en lugar de permitir que sus pensamientos se centraran en lo que no sabía, reflexionó en lo que sabía: Mi Dios es bueno. Él es bondadoso. Es fiel a Sus promesas. Está respondiendo las oraciones de Su pueblo. Dios es misericordioso.

¿Cómo respondo yo cuando recibo noticias inesperadas? ¿Qué engrandezco? ¿Mis circunstancias, ansiedades y preguntas… o al Señor. «Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.» María no aceptó simplemente la voluntad de Dios con un sentido de deber resignado. “Bueno, si alguien tiene que llevar al Mesías, supongo que me tocó a mí.” Ella se alegró profundamente de que Dios la hubiera llamado a ese papel único en la historia de la salvación. Pero su gozo no se basaba tanto en su condición favorecida como en Dios mismo.

«Mi espíritu se regocija en DIOS mi Salvador.»
Con demasiada frecuencia mi gozo depende de mi posición, o de cómo parece que Dios me está usando. Y cuando cualquiera de esas cosas cambia, también cambia mi actitud. El gozo de María era seguro, arraigado en el amor fiel e inmutable de su Dios y Salvador.

«Porque Él ha mirado la humilde condición de esta Su sierva.»
María tenía una visión exaltada de Dios, no de sí misma. Su respuesta es un ejemplo para nosotros porque no se consideró especial, única, ni de ninguna manera digna del honor que Dios le había otorgado. No pensó: “Debo ser una mujer extraordinaria para que Dios me confíe esta tarea.” No. Ella entendía que el hecho de que Dios la usara era por Su misericordia, no por su capacidad.

Con respecto a este pasaje, uno de los pastores de mi iglesia dijo: “Dios se especializa en usar personas humildes y ordinarias, cuyas limitaciones y debilidades las convierten en vitrinas ideales para Su grandeza y gloria.” Ordinario, limitado y débil. Yo encajo bien en esas categorías.

Y para que no pensemos que Dios ha cambiado a quién escoge usar, María continúa diciendo:  «Y Su misericordia es de generación en generación a los que Le temen.» (Lucas 1:50, NBLA) Si mi vida da algún fruto hoy, si soy capaz de superar cualquier dificultad, si puedo encontrar gozo en medio de la prueba, es porque Dios ha mirado mi débil condición y me ha mostrado misericordia por medio de Su precioso Hijo.

Que nuestra proclamación hoy y cada día sea:
«Porque grandes cosas me ha hecho el Poderoso; y santo es Su nombre.»
(Lucas 1:49, NBLA)

*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com