Alaben al Señor desde la tierra, Monstruos marinos y todos los abismos; Fuego y granizo, nieve y bruma; Viento tempestuoso que cumple Su palabra; Los montes y todas las colinas; Árboles frutales y todos los cedros; Las fieras y todo el ganado; Reptiles y aves que vuelan; Reyes de la tierra y todos los pueblos; Príncipes y todos los jueces de la tierra; Jóvenes y también vírgenes; Los ancianos junto con los niños. Alaben ellos el nombre del Señor , Porque solo Su nombre es exaltado; Su gloria es sobre tierra y cielos. Él ha exaltado el poder de Su pueblo, Alabanza para todos Sus santos, Para los israelitas, pueblo a Él cercano. ¡Aleluya! (Salmo 148:7-14)
El Salmo 148 es una exposición detallada del mandato: “¡Todo lo que respira alabe al Señor!” (Salmo 150:6)
Los primeros seis versículos se enfocan en lo que está “en las alturas”. Ángeles, estrellas, sol y luna son exhortados a alabar a Dios porque Él “dio órdenes y fueron creados”. El resto del salmo exige que todo lo que está “desde la tierra” dé gloria a Dios. Lo que encuentro fascinante en este pasaje es que, cuando se trata de alabar a Dios, hay una encantadora indiferencia hacia el estatus, la madurez o la prominencia terrenal. Dios ciertamente ha dado a los seres humanos una posición única en el orden creado. Llevamos la distinción de ser los únicos creados “a imagen de Dios”. Cuando Dios colocó a Adán y Eva en el huerto, eran responsables de liderar a la creación en dar alabanza inteligente y voluntaria a Dios por Su amor constante y Su bondad.
Pero en este salmo, los seres humanos son incluidos con toda la creación como aquellos que deben, con justicia, dar alabanza, honor y adoración al Creador. Y el orden es humillante. Dios ordena apropiadamente la alabanza de aquellos que, a los ojos del mundo, están exaltados: reyes, príncipes y gobernantes. Pero en el versículo anterior, Dios invita a la misma respuesta de las bestias y los reptiles. Justo después, Él ordena la alabanza de doncellas y niños. ¡Qué grupo tan diverso! Al reflexionar en este pasaje, hay varias cosas que me impactan:
Primero, todo fue creado para dar gloria a Dios. Nada queda excluido. No importa cuán exaltado o aparentemente insignificante sea, Dios creó todo para Su propio deleite y adoración. Las galaxias y las partículas microscópicas que los científicos apenas están descubriendo fueron creadas hace mucho tiempo para dar gloria a su Creador. Eso significa que nada carece de propósito, nada carece de significado. Todo está destinado a dirigir nuestra atención hacia la sabiduría, la bondad y el poder del Dios que lo creó.
Segundo, la adoración no se trata de mi valor, sino del de Dios. Dios valora nuestra adoración principalmente porque Él es el objeto, no porque nosotros seamos los sujetos. Es una distinción crucial. Eso no quiere decir que Él no se deleite especialmente en recibir la adoración de aquellos que ha redimido por medio del sacrificio expiatorio de Su Hijo. Lo hace. Como dice el versículo 14, somos el pueblo que está “cercano a Él”. Pero la adoración siempre es un regalo de gracia de Dios para nosotros antes de ser nuestro regalo para Él. Adorar a Dios es simplemente el mayor privilegio que jamás conoceremos.
Tercero, creo que esto infiere algo sobre el tipo de iglesias que deberíamos procurar edificar. Se resalta la gloria del Evangelio cuando hombres de negocios internacionales, dignatarios políticos, jovencitas, ancianos y niños adoran a Dios juntos. Varias generaciones, distintas clases socioeconómicas y diferentes razas reunidas para dar alabanza al único que la merece. Eso destaca la verdad de que es la gloria y los dones de Dios los que nos unen, no los nuestros.
“Alabar al Señor” es algo que produce humildad y es unificador. Que así se vea en nuestras vidas y en nuestras iglesias.
*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com
