Un artículo en línea de Forbes dice que el objetivo de una firma de relaciones públicas es “promover a los clientes y hacer que parezcan tan exitosos, honestos, importantes, emocionantes o relevantes como sea posible”.
La palabra clave en esa definición es “parezcan”. Si trabajas para una empresa de relaciones públicas, realmente no importa si tus clientes son “exitosos, honestos, importantes o emocionantes”. Tu trabajo es simplemente hacer que otras personas piensen que lo son.
Cuando se trata de liderar canciones que dirigen nuestros pensamientos y afectos hacia Jesús los domingos por la mañana, nuestra tarea no podría ser más diferente. No tenemos que inventar cosas sobre Jesús ni pretender que es algo que no es. Dios quiere que lideremos desde un conocimiento personal del Rey soberano y del Salvador al que estamos cantando y del que estamos hablando. Quiere que lo recordemos fielmente y transmitamos lo que sabemos que es verdad acerca de Él.
No es la forma en que se supone que debe ser
Pero mi experiencia me dice que los líderes de alabanza no siempre viven en lo bueno de lo que están cantando. De hecho, algunos no están seguros de que sea verdad.
Hablé con un compositor cristiano cuyo matrimonio está en problemas. Está enojado con Dios porque las cosas no han salido bien.
Hace algunos años, un pastor de adoración local abandonó a su esposa e hijos para perseguir y casarse con otra mujer. De la cual recientemente también se divorció.
Conozco a más de un líder de adoración que ha intentado amortiguar las decepciones y el dolor de la vida a través del alcohol.
Y la lista continúa. Como yo, probablemente conozcas a líderes involucrados en adulterio, esclavizados a la pornografía, luchando contra la ansiedad o listos para tirarlo todo.
Podría ser alguien de tu iglesia. Podrías ser tú.
Cantamos: “Ningún poder, ningún afán de Él me puede arrebatar”. Pero los miedos sobre el futuro nos paralizan.
Gritamos: “¿Quién rompe el poder del pecado? Su amor es fuerte y poderoso. El Rey de gloria”. Pero vivimos bajo el peso constante y aplastante de la derrota y la condenación.
Cantamos: “Mi canción si acechan enemigos, esperanza en medio del dolor; mi bien en todo sufrimiento, refugio fiel en densa oscuridad”. Pero no hay mucha esperanza, alegría ni canto en nuestros corazones cuando el auto se descompone por tercera vez en dos meses, nuestro adolescente se aleja del Señor, o recibimos un diagnóstico de salud ominoso.
Y en Navidad cantamos: “Todo está en calma, todo está brillante”. Y realmente no lo está.
Nos hemos acostumbrado a cantar o escribir sobre verdades en las que ya no creemos realmente, un Dios que sólo ayuda a otras personas y un Salvador que parece que realmente no salva. Y pensamos que Él preferiría que mantuviéramos su imagen en lugar de no hacer nada.
Pero Jesús no necesita ni quiere que nos encarguemos de su imágen pública. Él nos quiere a nosotros.
Llegando al corazón del problema
Cuando las canciones que cantamos, escribimos o lideramos no coinciden con la forma en que vivimos nuestras vidas, es desalentador. Pero es más que eso. Estamos engañados. Y somos peligrosos. Para otros y para nosotros mismos.
Afortunadamente, no tenemos que quedarnos donde estamos. Porque Dios envió a Jesús no sólo para pagar por nuestros pecados, sino para satisfacernos y transformarnos a la imagen de su Hijo.
Aquí hay algunos pensamientos que me han ayudado en ese proceso.
Dios no acepta ni necesita nuestros halagos.
El Salmo 78 relata la travesía de los israelitas por el desierto desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Es una repetición dolorosa de Dios liberándolos en numerosas ocasiones, sólo para verlos volver a su pecado e ídolos cada vez.
Y en un momento el salmista dice que “con su boca lo engañaban y con su lengua le mentían.” (Salmo 78:36). Pensaron que Dios quería escuchar cosas agradables sobre sí mismo. Supusieron que Dios no se da cuenta cuando la alabanza de nuestros labios no coincide con el estado de nuestros corazones.
Él se da cuenta. Y Dios no necesita que le mintamos a Él o sobre Él. Porque su grandeza es inescrutable (Salmo 145:3).
Dios nos ordena alabarlo porque lo necesitamos.
Adorar a Dios como nuestro Creador y Redentor nos pone en línea con la estructura inherente del universo. No honrar y agradecer a Dios nos pone en desacuerdo con la realidad y nos conduce a la oscuridad (Romanos 1:21-23). Esa es una razón por la que los Salmos a menudo destacan la “rectitud” y bondad de la alabanza:
“¡Aleluya! Porque bueno es cantar alabanzas a nuestro Dios, porque agradable y apropiada es la alabanza”. (Salmo 147:1; ver también Salmo 92:1, Salmo 33:1)
Como líderes y escritores de canciones, necesitamos creer con sinceridad las verdades que les comunicamos a otros, tanto como ellos las necesitan.
Las canciones que cantamos están destinadas para animar y expresar fe, no para reemplazarla.
Cuando Amós les dice a los israelitas que Dios ya no quiere escuchar el ruido de sus canciones (Amós 5:23), no es porque estuvieran desafinados. Es porque sus estilos de vida no coincidían con su alabanza. La gente asumía que Dios solo quería sus canciones y sacrificios.
Pero el canto apasionado y lleno de fe nunca es un sustituto de una vida dependiente y llena de fe. Cantamos acerca de las promesas de Dios los domingos para recordarnos a nosotros mismos que también son verdaderas los otros seis días de la semana.
Liderar y escribir canciones en las que no creemos deshonra a Jesús.
Aunque Dios usa a inmorales, arrogantes, engañadores, envidiosos, hipócritas y ladrones para cumplir sus propósitos (Josué 6:25; Romanos 9:17; Job 12:16; Éxodo 50:20; Lucas 33-34; Juan 12:6; Hechos 1:16), también odia esos pecados. Pero en la absoluta y sabia soberanía de Dios, Él anula nuestra desobediencia.
Dios quiere que nuestras vidas reflejen lo que escribimos y cantamos, no que lo contradigan o hagan que otros lo cuestionen. Eso se debe a que no estamos simplemente compartiendo información o vendiendo un producto que no encontramos personalmente útil. Invitamos a otros a unirse a nosotros en la alabanza porque Él personalmente nos ha rescatado del abismo de nuestro propio pecado y desesperanza (Salmo 34:1-3; Salmo 40:1-3).
Jesús tiene compasión de aquellos que están cansados y abatidos.
Es común que los líderes piensen que siempre tenemos que estar enteramente comprometidos y no podemos mostrar signos de debilidad. Pero debemos ser fuertes en el Señor, no en nosotros mismos (Efesios 6:10). Nuestra tarea es señalar a otros hacia Él para que puedan recibir el descanso que solo Él puede dar. Jesús nos invita:
“Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar. Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas. Porque Mi yugo es fácil y Mi carga ligera”. (Mateo 11:28–30)
Si nuestro yugo no es fácil y ligero, estamos sirviendo al amo equivocado. Eso podría ser complacer a otros, nuestra comodidad, el dinero, un futuro ideal, nuestro deseo de tener razón o cualquier otro ídolo. Ninguno de ellos ofrece el perdón y el descanso que se encuentran solo en Jesús. Y ninguno de ellos puede salvarnos.
Sólo aquellos que reconocen su pecado saben cuán buenas son las buenas nuevas.
Si te identificas con lo que estás leyendo aquí, tal vez la manera más rápida de ser liberado y descansar sea recordar por quién vino Jesús en primer lugar. No vino por los justos. No vino por los “bien organizados”. No vino por los que siempre son puntuales, siempre son propios, siempre divertidos, siempre populares. Vino por los pecadores. Vino por los perdedores. Vino por los rechazados, los marginados, aquellos tentados a esconderse, aquellos que quieren rendirse.
Vino para ofrecer una esperanza indestructible llevando el juicio que merecíamos por nuestros pecados, resucitando de entre los muertos y prometiendo gozo eterno a cualquiera que confíe y lo siga. A cualquiera.
“Y dará a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados.” (Mateo 1:21)
Las palabras del ángel a José siguen siendo verdaderas.
Conociéndolo mejor
Si te has visto atrapado en encargarte de la imágen pública de Jesús, te tengo buenas noticias. Puedes renunciar a tu trabajo. Mejor conoce a Jesús como el Salvador compasivo, amable, misericordioso, lleno de gracia, hermoso y Santo que es. Conoce a Dios como tu Padre que vela por ti, se preocupa por ti y está obrando todas las cosas para tu bien y Su gloria (Proverbios 2:8; 1 Pedro 5:7; Romanos 8:28).
Profundiza en la Palabra de Dios. Atesora el tiempo con tu iglesia. Busca amigos que te animen y te desafíen a reconocer tus debilidades y pecados y a confiar en el único que puede salvarnos. Si es posible y sabio, tómate un descanso de servir públicamente.
No tenemos que pretender que Jesús es asombroso, bondadoso y glorioso.
Realmente lo es.
*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com