Hace unos meses tuve el privilegio de hablar en algunas clases en el Seminario Teológico Southern en Louisville, KY. Durante una sesión de preguntas y respuestas, alguien me preguntó qué podemos hacer para evitar que nuestras reuniones se vuelvan aburridas, monótonas y rutinarias.
Aunque probablemente haya muchas maneras de responder a esa pregunta, lo que vino a mi mente fue la diferencia entre contenedores y contenido en nuestras reuniones.
El “contenedor” describe lo que sucede en un momento particular de la reunión. En una iglesia más formal, los contenedores pueden estar enumerados en un boletín e incluir cosas como el llamado a la adoración, oración de confesión, seguridad del perdón, adoración en canto, oración pastoral, ofrendas y diezmos, oración del Señor, sermón, cena del Señor y bendición final.En una iglesia menos formal, los contenedores siguen existiendo, pero generalmente se dan por asumidos. Pueden incluir el tiempo de adoración, tiempo de ministerio, anuncios, sermón, tiempo de testimonio, canción especial, oración por los enfermos, bienvenida a los visitantes, comunión y canción final.
En cualquier caso, podemos quedar atrapados en centrarnos demasiado en los contenedores: cómo encajan entre sí, cuánto tiempo requiere cada uno, si los estamos abordando con creatividad, y otras cuestiones administrativas y estéticas. Pensamos que la reunión ha salido bien si logramos incluir todos los “contenedores” en el tiempo asignado o si todo fluye sin problemas. “La adoración no se alargó demasiado.” “Transición fluida de los anuncios a la canción especial.” Si realmente estamos organizados, asignamos un tema a los contenedores para que todos estén relacionados con un mismo enfoque.
El problema con esta forma de pensar, aunque útil en algunos aspectos, es que podemos descuidar lo que realmente llena esos contenedores. En otras palabras, el contenido. Ninguna liturgia por sí sola —tradicional, contemporánea, emergente, ortodoxa o cualquier otra— tiene el poder de transformar una vida. Sí, Dios nos instruye a hacer todo “decentemente y con orden” (1 Cor. 14:40), y las liturgias y formas importan, pero nuestra mayor preocupación debe ser aprovechar cada oportunidad en nuestras reuniones para magnificar la grandeza de Dios en Cristo Jesús en la mente y el corazón de las personas. Para recordar, celebrar y ser transformados por el evangelio.
Cuando nos enfocamos más en el contenido que en los contenedores, ninguna parte de la reunión tiene que volverse “rutinaria”. Cada contenedor se convierte en una oportunidad para experimentar la gloria de Cristo de una manera única. Aquí está lo que quiero decir:
El Llamado a la adoración se vuelve más que unas palabras formales para iniciar la reunión. Es una invitación personal de Dios mismo para encontrarnos con su presencia en medio de su pueblo, meditar en su grandeza y bondad, y recordar que hemos sido llamados de las tinieblas para proclamar sus maravillas.
La adoración en canto se vuelve más que una lista de canciones, un relleno antes del sermón, o una oportunidad para probar un nuevo arreglo. Es un momento para deleitarnos en el glorioso evangelio, para demostrar la unidad que Jesús hizo posible a través de su muerte sustitutiva, para ver al Espíritu Santo despertar afectos más profundos por la grandeza y las obras de Dios, y para enseñarnos y exhortarnos unos a otros.
Los diezmos y ofrendas se vuelven más que un momento incómodo para asegurarnos de que la iglesia tenga suficiente dinero para la semana. Es una oportunidad para recordar que Dios siempre hace más de lo que podemos pedir o imaginar (Ef. 3:20), que nuestra ofrenda es siempre una respuesta a su generosidad desbordante hacia nosotros, y que hemos experimentado la gracia de nuestro Señor Jesucristo, quien siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para que por su pobreza fuésemos enriquecidos (2 Cor. 8:9).
El sermón se vuelve más que un esfuerzo del pastor por demostrar su relevancia o convencer a las personas de que vuelvan la próxima semana. Es un momento sagrado y trascendente en el que Dios mismo habla a su pueblo a través de su Palabra eterna e inmutable. Es cuando los corazones se abren ante el Dios vivo, el Espíritu Santo obra en lo más profundo de nuestro ser, y se imparte esperanza transformadora en el evangelio. También es una oportunidad para enseñar a la iglesia a leer, estudiar, interpretar y aplicar la Escritura.
La Cena del Señor se vuelve más que una interrupción en la reunión o una respuesta rutinaria al mandato de Jesús. Es ver el evangelio en una forma visible, experimentar una comunión real con Cristo y con los demás, y proclamar juntos que el Señor realmente regresará.
La oración se vuelve más que un momento para que los músicos y el equipo técnico se acomoden. Es un diálogo con nuestro Padre celestial, en el que expresamos nuestra desesperada necesidad, esperamos que él haga mucho más de lo que podemos pedir o pensar (Ef. 3:20), le pedimos que conforme nuestro corazón a su voluntad, y enseñamos a la iglesia a orar.
Incluso los anuncios pueden ser una oportunidad para demostrar cómo el evangelio motiva lo que hacemos, para compartir testimonios de cómo las personas están entregando sus vidas con gozo, para mostrar lo que Dios está haciendo por su gracia, y para destacar maneras en que podemos vivir nuestra fe en un mundo que nos observa.
Siempre que hacemos algo repetidamente, semana tras semana, tenemos dos tendencias. Una es caer en un formalismo que no requiere fe ni el poder del Espíritu. Es más fácil. Es más eficiente. Y es letal.
La otra es hacer los contenedores más creativos a costa del contenido. Eso también es letal Enfocarnos en el contenido sobre los contenedores no significa que debamos descuidar la creatividad. Solo le da el enfoque, la dirección y el propósito correctos.
Mientras pensamos, planificamos y dirigimos nuestras reuniones, nunca debemos perder de vista el hecho de que reunirnos como iglesia es uno de los eventos más significativos en la tierra. Más impactante que cualquier película, más emocionante que cualquier evento deportivo, y más transformador que cualquier mitin político.Somos el pueblo de Dios, reunidos en su presencia, uniéndonos con innumerables santos y ángeles en el cielo, proclamando la grandeza del Cordero que fue inmolado, edificándonos unos a otros mediante el uso de dones espirituales y siendo transformados a su imagen mientras nos alimentamos de su Palabra y contemplamos su gloria (1 Pe. 2:9-10; Mt. 18:20; Heb. 12:22-24; Ap. 5:9-10; 1 Co. 12:4-7; 2 Ti. 3:16; 2 Co. 3:18).
¿Cómo puede eso ser aburrido o rutinario?
*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com