Idolatría el domingo por la mañana – Parte 5

Escrito por: Bob Kauflin

Director de Gracia Soberana Música

No podemos evitar notar la cantidad de veces que Dios aborda la idolatría en Su Palabra. Él aborrece que persigamos, sirvamos o nos sintamos atraídos emocionalmente hacia otros dioses, que en realidad no son dioses. Los ídolos nos esclavizan (Salmo 106:36), nos avergüenzan (Isaías 45:16), y finalmente nos conforman a su imagen (Salmo 115:8).

Pero la intención de Dios es que seamos conformados a la imagen de Su Hijo (Romanos 8:29). Como el salmista, debemos aborrecer a los ídolos (Salmo 31:6). Sin embargo, con demasiada frecuencia, nos descubrimos a nosotros mismos siendo los idólatras. Quiero compartir otro ídolo que ocupa un lugar importante cuando adoramos a Dios en comunidad. Se aplica particularmente a los músicos.

El ídolo de la excelencia musical

Ofrecerle a Dios lo mejor de nosotros tiene un precedente bíblico (Éxodo 23:19; Números 18:29-30). En la cultura actual, ese “mejor” a menudo se define como música marcada por la habilidad, la complejidad o incluso la sofisticación. Así, las armonías a cuatro voces reemplazan a las melodías al unísono, las orquestas se imponen sobre los pianos verticales, y las bandas completas con coros sustituyen a los guitarristas solistas. Nos preocupamos más por hacer la adoración congregacional más grande, mejor y más elaborada. Nos escandaliza la idea de que alguien sin una extensa formación y estudio musical dirija la adoración congregacional. En el proceso, perdemos de vista qué es lo que realmente hace aceptable nuestra ofrenda.

Reggie Kidd, en su libro With One Voice, identifica el problema:

“En algunas iglesias, la búsqueda de la ‘excelencia’ es un ídolo, sin importar si la ‘excelencia’ se define por los estándares de la llamada cultura ‘clásica’ o de la cultura ‘pop’. Tal ‘excelentismo’ necesita ser reemplazado por la búsqueda de parecernos a Cristo crucificado y a Él solamente. Por más que logremos en este lado del regreso de Cristo, nunca lo haremos perfectamente bien. Siempre habrá un tenor desafinado, una cuerda de guitarra rota, un órgano demasiado fuerte o un himno mal ubicado. Pero está bien. La cruz significa que eso ya está cubierto.” (págs. 101-102)

¿Significa eso que no necesitamos preocuparnos por cómo tocamos, si estamos afinados o qué canciones usamos? Por supuesto que no. Dios aprueba la excelencia musical (Salmo 33:3; 1 Crónicas 15:22; 2 Crónicas 30:21-22). Hace años, mi carrera en interpretación pianística me enseñó (dolorosamente) algo sobre el valor de la habilidad musical y la excelencia. Pero en la adoración congregacional, la excelencia tiene un propósito: enfocar la atención del pueblo en los actos y atributos maravillosos de Dios.

Entonces, en la adoración comunitaria, la excelencia tiene más que ver con la edificación y el ánimo que con estándares musicales en sí mismos. Perseguir la excelencia sabiamente significa seguir creciendo en mi habilidad para no distraer a aquellos a quienes busco servir. También puede significar que, en algunas ocasiones, no toque en absoluto para que la congregación pueda escuchar claramente sus propias voces elevándose en alabanza a Dios. La excelencia musical, bien entendida, es una búsqueda valiosa. Pero, como todo ídolo, es un pésimo dios.

*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com