Durante los últimos años he puesto en práctica comenzar cada mañana leyendo los cinco Salmos del día. Multiplico el número del día del mes por cinco y leo ese Salmo junto con los cuatro anteriores. Leo el Salmo 119 el último día de los meses que tienen 31 días.
Comencé a leer los Salmos con seriedad después de darme cuenta de que este es el único libro que Dios nos dio que muestra con detalle cómo debemos relacionarnos con Él en alabanza, oración y súplica. Hay pocos libros en las Escrituras que nos enseñen de manera tan profunda sobre Dios con un rango tan amplio de expresión emocional. Más importante aún, dado que mi trabajo es guiar a las personas en la adoración congregacional a Dios, quiero estar íntimamente familiarizado con estas palabras y el corazón que hay detrás de ellas.
Así que ayer abrí el Salmo 1 y leí:
“Cuán bienaventurado el hombre que no anda en el consejo de los impíos,
Ni se detiene en el camino de los pecadores,
Ni se sienta en la silla de los escarnecedores,
Sino que en la ley del Señor está su deleite,
Y en Su ley medita de día y de noche.
Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua,
Que da su fruto a su tiempo,
Y su hoja no se marchita;
En todo lo que hace, prospera.”
(Salmo 1:1-3, NBLA)
Tengo dos maneras de vivir: confiando en las palabras, caminos y pensamientos del hombre, o confiando en las palabras, caminos y pensamientos de Dios. Derek Kidner escribe que este Salmo es “un fiel portero, que confronta a los que quisieran estar en ‘la congregación de los justos’ (v. 5) con la decisión fundamental que da realidad a la adoración; con la verdad divina (v. 2) que debe informarla; y con el juicio final que se asoma más allá de ella. (v. 5-6)” (Tyndale Old Testament Commentaries, Psalms 1–72, p. 47).
¿Qué tan seguido permite mi vida ser guiada por la “verdad divina”? No lo suficiente. Los libros y blogs que leo, las películas y programas de televisión que veo, las conversaciones e interacciones que tengo con otros, todos buscan influir en mi vida. Lo que me dicen puede o no alinearse con la Palabra de Dios. Pero si no conozco bien lo que realmente dice la Escritura, no sabré la diferencia.
Dios no podría ser más claro acerca de los beneficios de conocer, amar y seguir Su Palabra, y el dolor, caos y juicio que acompañan a quienes no lo hacen. Pero muchas veces estamos contentos con pasar 5–10 minutos al día en la Biblia, felices de que al menos estamos haciendo algo. Aunque algo de tiempo ciertamente es mejor que nada, es dudoso que eso haga una gran diferencia en nuestra manera de pensar. Y si nuestra manera de pensar no cambia, tampoco lo hará nuestra vida. Y si nuestra vida no cambia, ¿cómo puede la gente distinguirnos de los impíos?
El Salmo 1:2 dice que la persona justa hace dos cosas en relación con Su Palabra: se deleita en ella y medita en ella. El Salmo 119:97 dice algo similar: “¡Cuánto amo Tu ley! Todo el día es ella mi meditación.”
¿Amo la Palabra de Dios? ¿Espero con ansias leerla más que una buena novela de mi autor favorito? ¿Veo el tiempo en la Biblia como una oportunidad para conocer mejor a mi Salvador y Creador? ¿O la veo como una “verdad rancia” que sólo consumo a regañadientes? La actitud de deleite marca la diferencia entre el cristiano que lee la Biblia porque “debe hacerlo” y el que la lee porque no puede mantenerse alejado de ella.
Pero, ¿cómo cultivamos esa actitud y deseo? Es simple. Medita en la Palabra de Dios. Aliméntate de ella, piensa profunda y prolongadamente en ella, memorízala, aplícala a diferentes situaciones, estúdiala, compara y contrasta pasajes distintos, rastrea el uso de una palabra a lo largo de la Biblia. Por supuesto, todo esto comienza con el simple acto de leerla. Mucho.
Que Dios nos ayude a aumentar nuestra exposición y deleite en Su Palabra, para que podamos dar mucho fruto para la gloria de nuestro Salvador.
*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com