Esto proviene de la oración “Reproofs” (Reprensiones) en El Valle de la Visión:
Enséñame a recibir reprensiones de parte de amigos,
Aunque crea que no las merezco;
Úsalas para hacerme temer tiernamente al pecado,
Para estar más celoso de mí mismo,
Más preocupado por mantener el corazón y la vida irreprensibles.
Haz que me ayuden a reflexionar sobre mi falta de espiritualidad,
A aborrecerme a mí mismo, a considerarme indigno,
Y que sean de beneficio para mi alma.
Que todo tu pueblo sepa cuán pequeño, vil y despreciable soy,
Para que vean que no soy nada, menos que nada,
Que se me tenga por nada,
Y así puedan orar por mí correctamente,
Y no depositen la más mínima confianza en mí.
En Su misericordia, Dios frecuentemente envía a personas a nuestras vidas que con valentía, aunque no siempre con amabilidad, nos ofrecen algún tipo de corrección. Uno de los indicadores de madurez es qué tan rápida y gozosamente recibimos ese tipo de observación.
Yo, personalmente, suelo responder de inmediato con palabras que justifican o desvían la culpa, explicando por qué tomé una decisión o hice cierto comentario. Soy rápido para hablar y muy lento para escuchar. Quiero terminar esa conversación lo antes posible. En mis peores momentos, empiezo a juzgar a la persona que me corrige, imaginando todo tipo de razones por las que su juicio es erróneo. “Ni siquiera me conoce… no ha visto todas las veces que he tenido razón… ¿cómo sabe lo que hay en mi corazón?… ella/él está MUCHO más equivocado que yo en este asunto… alguien más me hizo hacerlo… estaba cansado / hambriento / distraído / no me di cuenta…” Mi lista de excusas es larga, detallada y, al menos ante mis ojos, convincente.
Pero ante los ojos de Dios, toda persona que me reprende es Su mensajero, enviado para ayudarme a conformarme a la imagen de Su Hijo.Entonces, ¿por qué desprecio la corrección? Es simple: no creo lo que Dios ha dicho de mí en la cruz. Pienso que debe haber algún aspecto de mi vida, por pequeño o miserable que sea, que es digno de alabanza, meritorio, y que está fuera del alcance de la inspección. Alfred Poirier, en su muy útil artículo La Cruz y la Crítica, ofrece esta perspectiva transformadora:
A la luz del juicio de Dios y de la justificación del pecador en la cruz de Cristo, podemos comenzar a descubrir cómo lidiar con todas y cada una de las críticas. Al estar de acuerdo con la crítica que Dios hizo acerca de mí en la cruz de Cristo, puedo enfrentar cualquier crítica que el hombre pueda poner en mi contra. En otras palabras, nadie puede criticarme más que la cruz. Y la crítica más devastadora resulta ser la mejor misericordia. Si así te reconoces a ti mismo como crucificado con Cristo, entonces puedes responder ante cualquier crítica, incluso ante la crítica equivocada u hostil, sin amargura, actitud defensiva o reproche. Tales respuestas típicamente exacerban e intensifican el conflicto y conducen a la ruptura de las relaciones. Puedes aprender a escuchar las críticas como constructivas y no condenatorias porque Dios te ha justificado.
Qué pensamiento tan poderoso: podemos recibir la crítica con gracia porque Dios, quien conoce nuestra maldad como nadie más, ya nos ha perdonado completamente y nos ha justificado. ¡Jamás seremos condenados! (Romanos 8:1) Así que podemos orar con el puritano en El Valle de la Visión:
Dame tal vivacidad en la religión,
Que pueda recibir toda reprensión de parte de los hombres como si viniera de tus manos,
Y glorificarte por ellas, al sentir tu amor benefactor
Y mi necesidad de que se destruya mi orgullo.
¡Oh, cuánto necesitamos que nuestro orgullo sea destruido! ¿Qué agentes del cuidado de Dios encontraremos esta semana? ¿Seremos capaces de reconocerlos como instrumentos en las manos de Dios, o los veremos como enemigos a resistir? ¿Cómo responderemos a las observaciones, correcciones y comentarios? Que Dios nos ayude a ver a cada persona que nos corrige como un regalo de Su mano amorosa, sabia y soberana, enviada para hacernos más como Su precioso Hijo.
Que el justo me hiera con bondad y me reprenda; Es aceite sobre la cabeza; No lo rechace mi cabeza, pues todavía mi oración es contra sus obras malas. (Salmo 141:5)
*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com