No hay nadie como Tú entre los dioses, Señor, ni hay obras como las tuyas. Todas las naciones que Tú has hecho vendrán y adorarán delante de Ti, Señor, y glorificarán Tu nombre. Porque Tú eres grande y haces maravillas; solo Tú eres Dios. Enséñame, Señor, Tu camino; andaré yo en Tu verdad; unifica mi corazón para que tema Tu nombre. (Sal. 86:8-11)
Este salmo es un ejemplo precioso de confianza inquebrantable en el carácter de Dios cuando estoy rodeado de enemigos. Los primeros siete versículos contienen no menos de ocho peticiones a Dios:
Inclina Tu oído. Respóndeme. Preserva mi vida. Salva a Tu siervo. Sé misericordioso. Alegra mi alma. Escucha mi oración. Atiende mi súplica.
Tal vez has estado allí, o estás allí ahora mismo. Resumida en una sola palabra, tu oración es: “¡Ayuda!”. Si este Salmo se adaptara a música moderna, podría parecer otro ejemplo más de letras centradas en el hombre que se enfocan en lo que Dios puede hacer por MÍ. Una mirada más atenta revela que el adorador conoce íntimamente el carácter y los hechos de Dios, y usa ese conocimiento como base para clamar a Él.
El Señor es bueno y perdonador.
Dios rebosa en amor inagotable hacia todos los que Lo invocan.
Dios hace cosas grandes y maravillosas.
Dios ha librado mi alma del sepulcro.
Dios me ha ayudado y consolado.
El punto es este: si Dios no fuera todas estas cosas, entonces no debería esperar que me librara. Pero Él sí lo es, y no podemos olvidarlo. Así que, en medio de su oración, David recuerda que Dios es supremo por encima de todos los dioses falsos. Los ídolos no responden a nuestras oraciones como lo hace Dios. Las naciones deben su misma existencia a Dios y eventualmente vendrán a adorarlo. Dios es grande y hace maravillas. En otras palabras, solo hay un Dios.
David se da cuenta de que los ídolos de su corazón son una amenaza mayor que los enemigos que enfrenta. Así que le pide al Señor: “Enséñame Tu camino para que yo ande en Tu verdad”. Muchas veces, cuando estoy en aprietos, quiero enseñarle a Dios MI camino. “Señor, creo que sería buena idea que esa persona dejara de hablar de mí… Dios, ahora sería un gran momento para que llegara un cheque por correo… Padre, sería maravilloso que me quitaras este dolor crónico”. En cambio, David le dice a Dios: “Enséñame Tu camino”. Es mejor sufrir y andar en la verdad de Dios que evitar el dolor y vivir una mentira.
Luego David pide: “Unifica mi corazón para que tema Tu nombre.” Él sabe que tiende a temer todo menos a Dios. El fracaso. Verse mal ante los ojos de los demás. El futuro. Ser malinterpretado. Ser herido.
Con demasiada frecuencia temo muchas cosas al mismo tiempo.
Cuando mi corazón solo teme a Dios, la vida se vuelve mucho más sencilla. Confío en que Dios es lo suficientemente bueno como para desear lo mejor para mí. Confío en que Él es lo suficientemente poderoso como para lograr ese bien. Confío en que es lo suficientemente sabio como para saber la mejor manera de cumplir sus propósitos en mi vida. Confío en que ningún otro “dios” puede frustrar sus planes perfectos para mí.
En última instancia, el evangelio unifica mi corazón para temer el nombre de Dios. Porque al pie de la cruz veo con mayor claridad que el Señor es bueno, perdonador y rebosante en amor inagotable. Entiendo, de una forma que David nunca podría haber comprendido, que Dios ha librado mi alma del sepulcro al enviar a su único Hijo para ser mi Salvador.
Que los desafíos que enfrentes hoy y en el futuro solo unan tu corazón para decir con mayor gozo: “Porque Tú eres grande y haces maravillas; solo Tú eres Dios.”
*Originalmente publicado por Bob Kauflin en worshipmatters.com
